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"Centro Científico ufològico del Convivir Intergalactico "PRE Dr. Samael Aun Weor"

LA ERA DEL ACUARIUS

LA NUEVA ERA DEL ACUARIUS 4 DE FEBRERO DE 1962

                                         LA ERA DE ACUARIO Y HERCOLUBUS

 

 

            Quiero referirme, en forma enfática, al año 1.962, el día 4 de febrero, entre las dos y tres de la tarde, cuando acaeció un suceso extraordinario. Hubo entonces un embotellamiento del tránsito celeste, en la constelación maravillosa del aguador.

            Esto que estamos afirmando aquí, no es algo a priori; lo que estoy diciendo fue visto por todos los astrónomos del mundo, desde todos los observatorios de la Tierra se pudo verificar que hubo un eclipse de Sol y de Luna; nadie que tenga conocimiento de Astronomía, podrá negarlo.

            Fue precisamente en ese año, en ese día y a esa hora, cuando se inició la Era de Acuario, cuando todos los planetas del sistema solar se dieron cita en la constelación del aguador, para el gran concilio cósmico.

            Existen muchas tesis sobre la fecha en que la Era de Acuario habría de iniciarse. Algunos suponen que fue algunos años antes, otros suponen que fue años después, pero hechos son hechos, y ante los hechos debemos rendirnos.

            El fenómeno cósmico, repito, fue visto por todos los astrónomos del mundo, y a partir de esa fecha, la vibración de Acuario se ha intensificado tremendamente.

            Cuando nosotros observamos claramente el signo zodiacal de Acuario, podemos evidenciar cosas extraordinarias. Acuario es casa de Urano y de Saturno. Urano es un planeta revolucionario, terrible, catastrófico, y controla las glándulas sexuales. Saturno, obviamente nos recuerda al caos, el regreso al punto de partida original.

            Leo es un signo zodiacal de fuego, es un signo revolucionario, tremendo. Acuario, dominado por el caos, es la muerte; Urano es la revolución. Leo es el fuego abrasador; obviamente, el león de la ley sale al encuentro de la humanidad, que ya está madura para el castigo final.

            Si nosotros meditamos en esto, llegamos a la conclusión de que los tiempos del fin han llegado, que estamos en ellos.

            Incuestionablemente, nos encontramos en un momento crítico, terrible, difícil: innumerables enfermedades aparecen por aquí, por allá y acullá; la Tierra tiembla y se estremece por todos los ámbitos del mundo; los mares, otrora limpios, se encuentran contaminados; las especies marinas están desapareciendo, los océanos se han convertido en verdaderos basureros; los desperdicios atómicos, ciertamente, no tienen lugar seguro, donde puedan ser inofensivos, y claro está que tarde o temprano, cualquier depósito atómico fallará y vendrá una horrible catástrofe. La tierra, tan necesaria para los cultivos, se está volviendo estéril, y millones de seres que la pueblan, experimentarán una gran desolación en un futuro próximo; muchas serán las personas que perecerán por falta de alimentos. Guerras y rumores de guerras por todas partes, enfermedades nunca antes vistas, etc., etc., etc. La atmósfera se encuentra contaminada, y cuando uno sale de viaje a los campos y mira, ve que el azul del cielo ya no brilla, le falta ese color nítido, perfecto, de otros tiempos. Ahora brilla con un color ligeramente plomizo, verdoso, lo que indica que la atmósfera terrestre ha sido alterada.

            No se necesita ser muy sabio para entender que la camada superior de la atmósfera es el filtro que descompone los rayos solares en luz, calor, color y sonido. Desafortunadamente, ese filtro se ha descompuesto, debido a las explosiones atómicas. Antes de poco, ese filtro no podrá descomponer las vibraciones solares en luz, calor, color y sonido, y entonces el Sol se verá negro como silicio y la Luna roja como sangre.

            Por otra parte, la involución ha llegado al máximo, ya no hay padres para los hijos, ni hijos para los padres. ¡Es espantoso lo que sucede entre padres e hijos en todos los rincones de la Tierra!

            Se ha perdido la vergüenza orgánica, el intelecto se ha degenerado, por doquiera sólo se oye el llanto y el crujir de dientes, como dice la Sagrada Escritura.

            Más no quiero volverme lúgubre, ni lo hago con el deseo de espantar a nadie; sólo quiero que reflexionemos, de verdad y muy juiciosamente.

            ¿Qué fue de las buenas costumbres? ¿En qué quedó la vergüenza orgánica? ¿Por qué el intelecto se puso al servicio del mal?

            Miremos a nuestro alrededor, veamos todo lo que sucede... Indubitablemente, la humanidad se encuentra ­gobernada por los intelectuales, en todos los ámbitos de la Tierra, pero, ¿de qué ha servido? ¿En qué estado se encuentra la humanidad? ¡Hay caos, hay anarquía, y esto nadie lo puede negar!

            Así pues, reflexionemos... ¿Somos nosotros acaso felices? ¿Quién podría hablar de felicidad en estos tiempos? Nos encontramos, entonces, frente a noso­tros mismos, abocados a nuestro propio destino, enfrentados al dilema del ser o del no ser de la filosofía.

            Ha llegado, pues, la hora de reflexionar profundamente... ¿Quienes somos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Cual es el objeto de la existencia? ¿Por qué vivimos y para qué?

            Vivir así "porque sí", comiendo, bebiendo, reproduciéndonos, resulta en el fondo bastante aburridor, hasta insensato, diríamos.

            Obviamente, nos encontramos en los tiempos del fin.

            Cuando miramos a la Tierra con sus cuatro estacio­nes, entendemos bien. Nuestro planeta gira alrededor del Sol en 365 días, algunos minutos y fracciones de segundos; esto se llama año terrestre, que tiene cuatro estaciones: primavera, verano, otoño e invierno. No podríamos negar que existe también el año sideral, el año cósmico. Nuestro Sistema Solar de Ors, en el cual nos movemos y tenemos nuestro Ser, viaja alrededor del cinturón zodiacal en 25.920 años, y este viaje del sistema solar alrededor del cinturón zodiacal, es lo que constituye un año sideral.

            El año sideral, al igual que el año terrestre, tiene cuatro estaciones: primavera, verano, otoño e invierno. La primavera del año sideral, es la Edad de Oro, en la que la vida es un verdadero Edén; la humanidad sale perfecta de las manos de su creador, gobiernan las jerarquías solares, y por doquiera bulle y palpita la felicidad. En el verano, o Edad de Plata del año sideral, palidece un poco el esplendor primigenio, continúan las jerarquías solares gobernando un mundo sin fronteras, un mundo donde sólo hay paz y amor. En el otoño, o Edad de Cobre del año sideral, la humanidad comienza con sus fronteras y sus guerras, con sus odios y sus crímenes. Más en el invierno, o Edad de Hierro, todo termina con un pavoroso cataclismo.

            Nosotros nos encontramos, precisamente, en el invierno, en la edad del Kali Yuga, en la Edad de Hierro. Cada vez que una raza llega a la Edad de Hierro, al Kali Yuga, perece mediante un pavoroso cataclismo.

            ¿Qué diremos, por ejemplo, de la Raza Polar, otrora habitantes del casquete polar del norte? ¡Perecieron!

            ¿Qué diremos de los lemures? ¡Perecieron por lluvia, fuego y terremotos!

            Y de los atlantes, ¿qué se ha dicho? ¿Qué dicen lo libros sagrados? Realmente, todos afirman que hubo un diluvio universal. Fue entonces, cuando los ejes de la Tierra se revolucionaron, cambiaron de lecho, perecieron millones de habitantes, entre las aguas del Océano Atlántico.

            Ahora, es bueno que ustedes entiendan por qué estamos en la Edad de Hierro.

            La simbología esotérica, oculta, para representar el momento actual, pone un gran reloj de arena, que está quieto, no anda, como indicando que los tiempos del fin se han cumplido. Junto al reloj, hay un es­queleto con su guadaña, simbolizando a la muerte.

            El principio del fin de esta Raza Aria, comenzó en la Constelación de Acuario. Fue entonces cuando el Sol reinició su marcha, junto con todos los planetas del sistema solar, alrededor del cinturón zodiacal.

            Una raza no dura más que lo que dura un viaje del sistema solar alrededor de las doce constelaciones.

            Ahora ha vuelto, nuevamente, a su punto de partida original. El año sideral está concluyendo y antes de poco habrá llegado a su fin.

            Los ejes de la Tierra serán revolucionados. Ya sabemos que el polo magnético no coincide con el polo geográfico. El Polo Norte se está deshielando, grandes icebergs se encuentran cerca de la zona ecuatorial, vienen desprendidos de los Polos. Así pues, la revolución de los ejes de la Tierra es un hecho y se puede demostrar con aparatos mecánicos perfectos. Añádase a esto, algo insólito. Quiero referirme Hercólubus, el monstruo gigantesco que ha de tragarse a nuestro Planeta Tierra.

            Ya viene Hercólubus, se encuentra a la vista de todos los astrónomos del Planeta Tierra; es un mundo gigantesco, poderoso, seis veces más grande que Júpiter, y pertenece al Sistema Solar de Tilo. No es como muchos suponen, un planeta dislocado de algún sistema solar. ¡No, no se ha dislocado!; gira alrededor del centro gravitacional del Sistema Solar de Tilo. Antes de poco, aquél gigantesco mundo pasará por un ángulo de nuestro sistema solar, y entonces precipitará la catástrofe.

            En mecánica celeste, Hercólubus ayuda a verticalizar los Polos; él es una pieza de la gran máquina. El acercamiento de Hercólubus está a las puertas.

            En el año 1.999, Hercólubus estará visible ante todos los seres humanos, todo ojo lo verá; a pleno medio día aparecerá como otro Sol.

            Cuando Hercólubus pase cerca de la Tierra, obviamente, precipitará la catástrofe. El gigantesco mundo posee una fuerza de atracción extraordinaria, y secuencialmente, el fuego de los volcanes saltará por aquí, por allá y acullá. El fuego liquido del interior de la Tierra, originará nuevos volcanes, y en general, el elemento ígneo hará que arda todo lo que es y todo lo que ha sido. Por eso dijo Pedro: "Los elementos, ardiendo, serán deshechos, y la Tierra y todas las obras que en ellas hay, serán quemadas". El agua hará un dúo con el fuego, la revolución de los ejes de la Tierra cambiará de lecho a los ma­res, y perecerán todos los seres humanos.

            Ahora, quiero que entiendan por qué estamos formando el Ejército de Salvación Mundial: nosotros queremos iniciar una nueva civilización, una nueva cultura.

            Los tiempos apocalípticos del fin, han llegado. La humanidad ha rasgado seis sellos del gran libro de San Juan; cuando rasgue el séptimo sello, se producirá la catástrofe.

            Podría aquí objetarse que muchos otros, en el pasado, aguardaron el fin y nada pasó; yo quiero decir a ustedes, que esta vez hablamos de mecánica celeste. Si la mecánica celeste no existiera, todo el Cosmos terminaría en una catástrofe.

            Así como en el Continente Atlante hubo una raza e­legida que sirvió de base o núcleo para la formación de esta Quinta Raza Aria, y que hoy habita perversamente sobre los cinco continentes, así también diré, que hoy se va a formar un núcleo para la Sexta Raza Raíz.

            Así como los atlantes no creyeron jamás al Manú Vaivasvata, de que los tiempos del fin habían llegado, y en vísperas de la gran catástrofe se divertían, se daban en matrimonio, bebían y comían y al día siguiente eran cadáveres, así también diré que lo que estoy afirmando ahora, en forma enfática, no será creído por todos. Obviamente, muchos se reirán, di­ciendo: "Sobre esto del fin del mundo se ha hablado mucho, ¿y qué?" Pedro, el Apóstol, se adelantó afirmando que "por estos días, muchas gentes inicuas y perversas dirán: ¿dónde está el cumplimiento de la profecía, si todo permanece como en los primeros días de nuestros primeros padres?"

            Los atlantes, en su tiempo, también se rieron de la catástrofe, pero cuando la revolución de los ejes de la Tierra hizo que los mares cambiaran de lecho, se hundió la Atlántida con todos sus millones de habitantes.

            Hoy, nuevamente, nos acercamos a otra gigantesca catástrofe. Yo, como el Manú Vaivasvata, estoy advirtiendo, como en aquél tiempo advertí a los atlantes.

            La hora final se acerca; ya viene ese monstruo planetario, gigantesco, que ha de tragarse al mundo. ¡Así pues, preparémonos! La Tierra está sometida, en estos momentos, a una gran agonía, y el fin de toda agonía se llama muerte. Cuando un enfermo agoniza, cuando presenta síntomas inconfundibles de su muerte, bien sabemos que lo que sigue es su defunción, su desenlace.

            La Tierra, en estos momentos, está gimiendo, está agonizando; todo indica desastre, y a la larga terminará en un pavoroso cataclismo. Cuando veamos que el Sol sale cada vez más hacia el septentrión, sabremos que el tiempo del fin está más cerca y que vamos hacia la catástrofe.

            Así como en la Atlántida se formó un pueblo selecto, asimismo estamos formando ahora un pueblo selecto. Quiero referirme, en forma enfática, al Ejército de Salvación Mundial. Este mensaje que estamos entregando, habrá de llegar a toda la redondez de la Tierra, a todos lo corazones.

            La Gnosis brilla ahora en Argentina, Brasil, Perú, Ecuador, Chile, Colombia, Venezuela, Costa Rica, El Salvador, Honduras, Guatemala, México, Santo Domin­go, Estados Unidos, Canadá, España e Italia. Antes de poco, relumbrará maravillosamente en todo el Hemisferio Occidental. Puede decirse que ya centellea por aquí, por allá y acullá; puede decirse que ya está formado el Ejército de Salvación Mundial.

            Un poco más tarde, continuaremos nosotros en Francia, Inglaterra y todos los países de Europa. Posteriormente, avanzaremos sobre Asia y Oriente. Será precisamente, en el Continente Asiático donde la Gnosis llegará a su apogeo.

            Esta es la primera fase de la labor de difusión, y luego los hermanos, encargados de esta labor, nos retiraremos al silencio y la meditación, hasta que esté lista la levadura, hasta que llegue la época.

            Momentos antes de la catástrofe, secaremos de en­tre el humo y las llamas a aquellos que hayan trabajado sobre sí mismos, a aquéllos que hayan eliminado de su psiquis los elementos inhumanos que poseemos. Serán seleccionados, llevados a un lugar secreto, a un isla del Pacífico, entre cierta longitud y latitud, y desde allí contemplaremos el duelo de fuego y agua, durante siglos.

            Después de la catástrofe, la Tierra quedará envuelta en fuego y vapor de agua. A nosotros los hermanos nos tocará sacar al pueblo selecto, que vivirá en un lugar escogido, hasta que la Tierra esté nuevamente en condiciones de ser habitada.

            Del fondo de los mares surgirán nuevas tierras, y cuando un doble arco iris resplandezca en el firmamento, señal de nueva alianza entre Dios y los hombres, pasaremos el pueblo selecto a habitar nuevas tierras y nuevos cielos.

            Así pues, que se sepa de una vez y para siempre que la Raza Aria, que hoy perversamente puebla la superficie de la Tierra, va a ser destruida, ¡de todo esto que se ve, no quedará ni las cenizas! ¡Todo será quemado, todo será sepultado en el fondo de los mares!

            Creo que ahora van entendiendo el sentido, el porqué de la formación del Ejército de Salvación Mun­dial.

            Empero, no toda la humanidad nos escuchará. Tampoco se escuchó al Manú Vaivasvata en su época, se rieron de él. Tampoco se escuchó a los paladines de aquélla época.

            La gente nunca acepta la cruda realidad de los hechos, hasta que los tiene encima; la gente siempre busca escapatorias, busca evasivas, creen que pueden seguir como están, hasta que viene el fracaso.


 
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